“Cicatrices, porcelanas rotas y otros preludios” [by Viviana Ramos]

„Creo que aquello en lo que nos convertimos depende de lo que nuestros padres nos enseñan en pequeños momentos, cuando no están intentando enseñarnos. Estamos hechos de pequeños fragmentos de sabiduría“.

-Umberto Eco-

 

En una sociedad hiperconsumista y capitalizada, adormecida en melodías propagandísticas y notificaciones celulares, de pegatinas sobresaturadas de colores brillantes, de anuncios, publicidades, compras, ventas y obsolencias programadas, es muy usual levantarse una mañana, mareado, confundido y que se nos rompa la tasa del café. En ese caso pensamos automáticamente “no importa, compro otra”. Con la tasa del café no hay mayores problemas, cierto, pero ojalá fuera tan sencillo con las historias dolorosas que forman parte de nuestras vidas. Recuerdos y remembranzas de infancia, pérdidas, separaciones, duelos, entre otras duras experiencias que todos hemos vivido, ciertamente no son posibles de borrar o eliminar de nuestra memoria o nuestras vidas tan fácilmente. En este sentido, los japoneses encontraron desde el siglo XV, una manera de restaurar cerámica usando un barniz polvoreado con oro, que se transformó en algo más que una práctica artesanal, llegando a ser toda una filosofía de vida. El Kintsugi, no se trata de reemplazar, remendar o reparar algo roto y ocultar así su defecto o imperfección, sino por el contrario, convertir el objeto en algo hermoso dada su condición; celebrar su antigüedad, historia, traumas, defectos. De esta manera, su simbolismo trascendental encontró en la belleza una connotación estética superior, basada en valores que no sustituyen, sino que transforman la esencia estética, evocando el desgaste que el tiempo obra sobre las cosas físicas, la mutabilidad de la identidad y el valor de la imperfección. De igual forma, estos veinticuatro preludios para violín y piano de Lera Auerbach, poseen la fragilidad y al mismo tiempo el filo y la aspereza de pequeños fragmentos de porcelana rota, que con paciencia y amor son reconstruidos en nuevas formas de arte, a través de los dedos artesanales de Ksenia Nosikova y Katya Moeller; el Avita Dúo.

Estas piezas a lo largo de los años, han sido incorporadas al repertorio y la discografía de artistas como Gidon Kremer, Vadim Gluzman, Daniel Hope, Jacques Ammon, Angela Yofee, entre otros. Quizás, el mayor encanto que muchos de ellos encuentran en las obras de Auerbach, a diferencia de otras obras de estructuras cíclicas, seriales u otros preludios, radique en esa sonoridad compleja, fusionada de la suavidad y frescura del mundo americano y el peso imponente de la música rusa. Allí, Musorsky asoma a ratos, acompañándonos por esos paisajes que nos hace transitar su autora en estas reminiscencias acústicas. Otro gran creador ruso, Stravinski, mencionó en su “Poética Musical”, que «una palabra o una sílaba o un solo sonido. Esa meta a la que uno intenta llegar y no llega. Sin embargo, el camino que hay en medio, ese largo camino ciego que con dificultad encontramos, es lo que nos conmueve en la vida de un creador».

 Cuánta razón tenía.  La sensibilidad poética y la profundidad cultural que habitan en estos preludios, son raros para este tipo de género, cuasi ejercicios técnicos, según la tradición. La versatilidad y asiduidad con la que se interpretan, hablan del gusto de los intérpretes por esta serie de piezas, dada su particular expresividad. Así, muy especiales son los preludios primero, tercero y octavo, con una sutil y rara belleza que por momentos parecen flotar en una ingravidez lunar. En contraste, el número cuatro, quinto y catorce de ellos, son gestos exaltados de tradición y homenaje a los grandes géneros virtuosos y concertantes que se han escrito para el violín.
La estructura dramática y narrativa que encontramos en estos preludios, no pueden ser pensados de este modo sino por alguien que también conoce la literatura. La narratividad, es un hilo conductor que guía estas escenas, escritas para estos personajes; el violín y el piano. Los que conocemos sus Aforismos, publicados en los “Excesos del ser”, a veces podemos sentir la misma sensación de esos mensajes breves, concretos; muy poéticos y reflexivos. De esta forma, podríamos decir que esta veintena de microformas son pequeñas ideas musicales poéticas y que sin embargo entran en total parodia en relacion a su contenido, que explora grandes géneros y sonoridades de la música clásica occidental. Se da aquí una relacion muy interesante entre contenido y forma, que demuestran dominio técnico y una audacia muy particular que le permite a su autora combinar y mezclar lenguajes artísticos en formas únicas e innovadoras.

Como sabemos, el preludio es una pieza breve, sin una estructura o forma definida aparente que sirve como anticipación a “grandes” formas musicales, pero en estos preludios el trabajo entre contenido y forma ha sido bien interesante desde una mirada revisionista de la tradición y las grandes formas escritas para los dos instrumentos de mayor protagonismo en la literatura de la música occidental de concierto. Un gran pensador, Marshall Macluhan expresó una vez que “la forma de un medio se incrusta en cualquier mensaje que transmita o transporte, creando una relacion simbiótica en la que el medio influye en cómo se percibe el mensaje”. En este caso en particular, la autora escogió para ellos una estructura que minimiza desde lo formal sus pretensiones artístico-estéticas, pero en realidad, por la manera en que están trabajados en su contenido, destacan grandes piezas para violín y piano. Resulta pues, en una metáfora irónica más, para abordar el intimismo, lo autobiográfico, lo introspectivo, el yo. Esta síntesis del lenguaje, parece que traspasa las letras escritas por Auerbach hasta estos cortos preludios, donde cada uno hacen un capítulo y todos juntos conforman la historia. Tal es la concreción que se logra en este ciclo, escapando de tecnicismos, de la tradición, de la formalidad y de la conveniencia de su estructura.
Cuando esta serie nació -en el verano de 1999- de la mente y las manos de su autora, no tenían los matices de belleza que el tiempo y la visión que estos grandes artistas le han ido aportando. Hoy día, cada preludio constituye un pedazo de una vida pasada, una historia ¿real o imaginada?, un sonido lejano de alguna melodía silbada, un fragmento de recuerdo que alguna mente olvidó; es un aforismo, es una cicatriz en la geografía de algún cuerpo tumbado al sol.

La complejidad de asumir un nuevo proyecto discográfico con obras que han sido extensamente abordadas en música y en distintas manifestaciones, supone un ejercicio de incesantes palimpsestos, donde esa revisión de las miradas de otros y la propia, tal como pedazos de cerámica en la técnica japonesa, no aportan sino complejidad en la propia transformación estética, dándole cada vez, un nuevo y mayor valor. Así, entre introspecciones y explosiones, encontramos en estos caminos de las cuerdas que vibran y se bifurcan al Avita Duo. En esta pareja, unida por estrechos lazos -madre e hija-, Katya Moeller aporta desde su violín a este nuevo fonograma, toda la energía, determinación y espontaneidad propios de su corta edad. Pese a sus pocos años, ya ha sido merecedora de importantes premios y menciones nacionales e internacionales. Su aproximación al programa incluido en este disco aporta frescura y desenfado, dándole soltura a las piezas y un realismo “naturalista” muy disfrutables, logrando que estas piezas sean percibidas de manera diferente. Hay una intensidad brutal en su sonido, que aporta una visión muy actualizada del violín como instrumento predominantemente clásico y sobre las músicas que nos rodean hoy día, en sentido general. La mirada contemporánea y transgresora de la juventud, siempre es un valor añadido en una revisión en artes, pues incorpora matices particulares a las piezas, señalando y resaltando aspectos, modos de mirar y escuchar que anteriormente, quizás, no eran tan evidentes, como hacen en esta propuesta las integrantes del Avita Duo. Con poco más de diez años ya creando juntas, logran aquí verdaderos momentos de un lirismo mesurado, suave, muy coloreado, que evoca muchas de las visiones de los grandes ballets rusos o las prácticas de acompañar imágenes monocromáticas del cine silente.
Así pueden sentirse en algunas de estas piezas como en la sexta, séptima y octavas. También, en la octava y novena, las combinaciones de fraseos de arco en contrastes muy frecuentes con momentos de pizzcato, nos adentra en flashazos de recuerdos de un folclor ya olvidado por las sociedades “desarrolladas”.

Estos veinticuatro preludios cuasi aforismos de la música y del lenguaje pianístico y violinisticos, nos dejan un sabor muy literario y narrativo que invita a pasear por esos densos bosques del mundo de su autora y sus múltiples voces. Pequeños haikus del ser, que habitan entre estas cuerdas dolorosas, sutiles, melancólicas. Asi es la gama de colores que encontramos de las manos del Avita Duo, realmente muy variada. Son ciertamente notables los colores logrados desde el piano, trabajado como elemento percusivo que nos ofrece Ksenia Nosikova. Es imborrable, la huella de la sonoridad rusa que emana del pianismo de esta destacada intérprete. Los ecos que habitan su piano, por momentos nos llevan a la noche de pascuas del cascanueces de Tchaikovski y toda la magia que lo envuelve.  Parece algo sencillo, pero realmente se requieren muchos recursos para mutar en todos los sutiles matices temperamentales y psicoanímicos que demandan estos veinticuatro preludios. Ksenia, lo logra magistralmente de una manera abierta, espontánea, sin máscaras ni recelos. Tal es asi, que para la segunda parte de estas “miniaturas”, en las piezas dieciséis y diecisiete, llegamos a terrenos del espectralismo, las ilusiones perdidas o la desolación.      Prácticamente, al margen del sonido, se desdibujan estos preludios que se extienden en el tiempo hasta la segunda parte de la estructura seleccionada para esta discografía. Después de estos muy vívidos veinticuatro paseos sonoros para violín y piano, llegamos al mundo fragmentando de “Oskolki”.

“Oskolki detsva” (Fragmentos de la infancia), fue el titulo original de la biografía publicada por Gidon Kremer en 1995. Quizás, este libro tan personal de Gidon fue la principal fuente de inspiración de la autora para escribir sus diez piezas para violín y piano, del mismo nombre. Sonidos que se desvanecen, frases que se bifurcan, fragmentos que se olvidan. Los sonidos afinados son remplazados por closters agresivos que dibujan una atmósfera abstracta y poco figurativa, surrealista, donde al igual que los sonidos, la identidad y los recuerdos parecen perderse, descomponerse. Flotan en el aire sus espectros. No hay frases, sino palabras, lamentos, dudas, incertidumbre. Y como en la vida misma, no todo es dolor y desesperanza. Nuestro propio espíritu, aunque a veces adolorido y derrotado, nos empuja hacia adelante, siempre hacia la luz de la esperanza. Así, pueden sentirse algunos de estos momentos, leves y súbitamente pasajeros, como a la sombra de una nube, pero muy cargados de optimismo y amor por la vida.

Deseamos este CD llegue a usted en el espíritu del Kintsugi, potente metáfora de la importancia de la resistencia, la resiliencia y del amor propio frente a las adversidades de la vida. Escuchar estas piezas, significa también una forma poética de sanar las heridas del pasado y encontrar belleza en las cicatrices que dejan, más allá de feas marcas, son las líneas que nos recuerdan siempre las experiencias vividas por nosotros y por otros. El camino que decidamos seguir desde ahí, depende de cada uno de nosotros, de cómo podemos re-imaginar nuestro futuro. ¿¡Porque no hacerlo escuchando este CD!?

 

 

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